A este amor otoñal que
recorre mi vida, que ha llamado cuando menos lo esperaba, le he abierto la
puerta de mi espacio y me he rendido ante Él pletórica de interrogantes; es
este amor el que esperaba, aquel que abre mis ventanas dejando pasar el silbido
del viento, es por él que me contemplo en los espejos empañados y dibujo su
rostro con su leve sonrisa y su tierna mirada.
Esta hecho del fuego que
consume, y como velero sin amarras
navega todo mi cuerpo, con sus velas
dispuestas, recibiendo el sonido del
tiempo, el eco de lo nuevo que nos llama para envolvernos en sus brazos
atizando los sentidos.
Es sed marina que tiende su
mirada sobre el crepúsculo gris de nuestros cabellos, pavimentando las grietas
del alma entre cultivos silenciosos de pájaros en arrullo, canto de noches y
luces de luciérnagas, que recorren nuestros caminos en la búsqueda del tiempo
perdido.
Es un amor forjado desde aquel
cuarto creciente en tránsito hacia la luna llena, cuando los luceros se
asomaban sin pudor, regalándole a la noche cocuyos titilantes, prendidos al
manto de mis antojos, girando alrededor de mi existencia.
Ahora soy Yo y mis circunstancias
y tus manos y mis manos, Eros y Tanathos fundidos en un beso, soy tu refugio y
mirada, tu arrullo y nostalgia, tu amor y ternura, soy la que ata, la que une,
la que no espera porque estás aquí siempre, tenue o vibrante, emergente, cálido
o crepuscular, con nuestras miradas fijadas en el otoño, con un amor de
primavera.