Y eran los portales abiertos, entre las hojas de los árboles
que invitaban a
observar, tras la luz que penetraba
esos presentes que se
consumían, en la aridez del alma,
eran los silencios, los
vocablos no escuchados, los que hablaban
y no les decían nada, y
no les decían nada.
Era el resplandor de
vivencias anteriores, de presentes vacíos,
de futuros
impenetrables, sucesos desprovistos de esencia
que malograron el
milagro de la vida,
cuando el sonido de la
jungla, tiró al suelo su última sonrisa
quedando todos los
seres que la habitaban,
con sus ojos
estupefactos dibujando la miseria de la existencia.
¿Y dónde estabas?, ¿dónde
estaban? ¿Mientras esto sucedía?
Sentados en otros
espacios, alejados de la realidad
en la comodidad de un
cuento,
donde la caperucita se
comía a la abuelita, que se había tragado al lobo
y mientras tanto los
cuerpos flotaban, flotaban,
y sus partes trataban
por todos los medios de unificarse
para decir que estuvieron unidos, formando uno solo,
destruido por la
seguridad democrática,
en un aleluya, aleluya,
que salía del traqueteo de las armas
disparadas por la
“gente de bien”, policías y paras.