El arrebol nacarado de su bella cabellera, adornada
con una hermosa guirnalda de flores, ondeaba al viento robándole al
ocaso su hechizo; la voluptuosidad de su túnica, se abría al ritmo de la suave
brisa mostrando sus encantos, que
incitaban a la seducción y se
escondían tras los velos que cubrían
de manera cadenciosa la redondez de sus caderas.
De su brazo colgaba un hermoso brazalete de oro, bordado de esmeraldas y diamantes,
resaltando la tersura de su piel; Montada sobre un hermoso alazán, cabalgaba
queriendo beberse el viento, desafiando las arenas del desierto, y el intenso calor que ardía refulgente, deseando llegar
a tiempo a su cita , donde sería iniciada en todos los ritos del amor.
El calor arreciaba y las arenas se levantaban
nublándole los ojos, pero su compromiso y el deseo de encontrarse con aquel hombre de ensoñación, quien la esperaba
finamente ataviado con su turbante a cuadros rojizos y blancos y su bello
ropaje blanco que resaltaba su piel canela y sus bellos ojos negros.
Al llegar se apeó del caballo, sí, ahí estaba él, su
amor, su dueño, cuando sus ojos la vieron se iluminaron con una amplia sonrisa
mostrando sus maravillosos labios entre abiertos, que iluminaron su rostro.
Sobre el desierto la gran tienda del jeque moro, tules
y más tules colgaban de la misma, el delirio y las ganas se abanicaban en el
campamento haciéndose el amor con sus miradas, el oasis con las palmas copulaba
y a su alrededor los cactus silenciosos se abrían al placer.
La atracción
no se hizo esperar, la sangre se agolpó en sus venas, dos montañas aparecieron
erguidas y el volcán de su hombre ardió sobre su regazo, sus cuerpos llamas
ardientes encendieron juegos pirotécnicos, calcinando las sinuosidades del
desierto, al final del delirio se dio paso a un océano de tranquilidad, sus cuerpos dormitaron, a su lado el
Kamasutra suspiró, su misión había tenido éxito.