Mirada de gacela confundida, se arropa con la noche
sobre colchón de cemento, su rostro lo dispersa el color del hambre ¿Y su
sonrisa? Mustia flor; su cuerpo raído herido, crepúsculo rasgado con vientos
de tormenta y fieros rayos, deambula por los espacios de asfalto, cargado de
nostalgia y tristeza.
Le hace compañía el “ frasco de pegante” que mitiga el
hambre y cuando esta asoma, el frasco también asoma debajo de su camiseta
centenaria, exhala lentamente ese olor que embrutece, cura las heridas y mitiga las horas que
descienden, despistando al estómago. Con el desayuna, almuerza, cena y duerme.
Y cuando llega la noche, su colchón el primer cartón
que encuentra cuando recicla, lo tiende sobre el frío y duro lecho, enciende la
calefacción que lleva siempre tras de él, un perro galgo que cierto día
encontró en su camino, convirtiéndose en su mejor amigo, es quien le sirve de
colcha, apretuja el frío formando un lugar un poco caliente, este es su
espacio, su casa, cargado de recuerdos se enreda en el sueño, de su boca salen
balbuceos llamando a su madre y sueña con mantas calientes, castillos y leche.
El sol ajeno lo despierta, un nuevo día aparece, pero
su pena diaria también se recrudece, delante de él pasan cientos de personas
con libros, maletines, ejecutivos perfumados, damas muy bien trajeadas, que de tanto transitar por el mismo sector,
ya no notan su presencia, ha desaparecido para la sociedad, solo el perro
ladra, pero sus ladridos no se escuchan, se fueron como se fue su alma cargada
de sueños, en carruaje de oro, hacia otra estrella en donde quizás haya justicia.