Parada
al pie de la puerta, algo llamaba poderosamente mi atención, no sabía si
timbrar o por el contrario dar media vuelta y alejarme cuanto antes de este
sitio. “Esta casa me pertenece” decía la inscripción en la parte de arriba de
la entrada, ¿Me pertenece? ¿Quién osaba decir algo así?, era la casa de mis
mayores, todos debían estar como siempre en su sitio preferido, haciendo sus
labores, descansando o recostados sobre las sillas mecedoras, desperezándose.
Con
mis maletas, cansada del largo viaje, decidí tocar, esperé un buen rato, volví
a llamar a la puerta, pero nadie abría, ¿Qué raro?, pensé por un momento,
¿Quién me iba a estar esperando, si no había avisado de mi llegada? Quería
darles la sorpresa, no obstante, volví a timbrar, de pronto escuché unos pasos
presurosos detrás de la puerta, al fin se abrió esta, saliendo un soplo helado
de la casa, ¡Hola! Pablito, Leonorcita, Ana, ¿dónde están que no responden?,
feliz, pero un poco preocupada, dejé mis maletas en el corredor y comencé a
recorrer la espaciosa casa, sí allí estaban Ellos, los vi pasar corriendo a
esconderse detrás de los árboles del gran patio interior, Yo también hice lo
mismo, corrí detrás de ellos, deseaba abrazarlos, pero cuando me acerqué al tío
Pablo, este se esfumó en mis brazos, sorprendida, recordé que hacía unas pocas
horas el avión en el que viajaba se había siniestrado.