Son las 7:00 AM , me encamino hacia el
gran portón que me arroja al cemento, separándome de la tranquilidad de mi apartamento
, voy presurosa para alcanzar la buseta de color amarillo, que trae un letrero
en la parte de adelante que dice en letras muy negras y grandes RUTA 4, levanto
la mano en señal de pare y me subo,
encontrándome con ocho personas que van colgadas como racimo de plátanos, logro
asirme a la agarradera que va por fuera del bus e igual que ellos voy sostenida
del pie izquierdo, el derecho cuelga hacia la calle; comienza la medición de
fuerza entre la puerta y Yo, el conductor trata de cerrar la puerta, pero si la
cierra , ¡por favor! Mi brazo no es biónico, porque si fuera así me lo podría
quitar y volverlo a colocar a la velocidad de luz, pudiendo viajar totalmente
adentro, así que pegada a la puerta, como una estampilla, mi fuerza pelea con
la potencia de la puerta electrónica, al fin alguien se baja, es el momento
oportuno para soltar la agarradera, meter el pie derecho e impulsarme para
alcanzar el otro escalón de aproximadamente 50 centímetros de alto y empieza la
segunda parte de supervivencia.
Por
un instante miro mi mano derecha que ha cambiado de color, está pintada es una
hoja de “papel carbón”, pienso que no he entrado a la Registraduría a cambiar
la cédula, porque esto justificaría que mi mano estuviera totalmente untada de
tinta negra, grasa, asfalto, ¡uf, huelo
a petróleo!, me asusto, ¿qué raro?, la buseta no es un pozo petrolero, y aún no
ha pasado por ECOPETROL, me tranquilizo un poco pensando que ya todo ha pasado,
más o es así, aún falta lo peor, el bus frena terriblemente porque acaba de
meterse por el carril del Transmilenio, me agarro de un tubo y comienza la
tercera parte de mi historia, asida a ese tubo me convierto en la mejor contorsionista
, me contorneo, mi cuerpo se mueve de un lado para otro, me suelto, solo una
mano me sostiene, vuelvo y me agarro y no saben lo que me imagino para que la
vida sea más agradable, varias personas comienzan a pasarme plata, por un
momento creo que lo estoy haciendo muy bien, cuando alguien me dice por favor
le pasa al conductor, despierto de mi sueño y no entiendo cómo puedo hacer este
tipo de favores, le paso el dinero a otro pasajero que está en iguales
condiciones, el bus se convierte en una cadena de apoyo y luego se entregan las
vueltas, pero la felicidad ni siquiera puede durar un recorrido de bus, suelto
el tubo para prenderme de la barra de arriba, la cual está colocada, justo al pie de las ventanas y
vuelvo otra vez a mis acrobacias, mi cuerpo se va hacia adelante o hacia atrás,
con una inclinación de ángulo obtuso, corriendo el riesgo que si me voy encima
de alguien me insulte o me diga “si quiere la cargo”, y eso que llevo la cédula
colgada para ver si alguien se compadece y me cede el puesto, pero esto no sucede y me doy por bien
servida, guardo la cédula y me finjo de “cuarenta”, viajando en estos buses he aprendido
el oficio de acróbata y he rejuvenecido.
Al fin alguien se levanta y me abalanzo
sobre el puesto, tiro el bolso, me empujan, todos quieren sentarse, eso es como
una piñata que acaban de tumbar, todos a una, pero ya la silla está con mi
cartera, así que a empujones logro sentarme, para bajarme a las cuatro cuadras.
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