“El nuevo orden
mundial, nos tiene que llevar a una profunda reflexión, si queremos seguir
viviendo”
Un día cualquiera mis pasos
se encaminaron hacia el supermercado, no imaginaba que iba a encontrarme con el
verdadero significado de aquella sigla, que diariamente retumba en mi cerebro, a
la cual he tratado de darle una explicación que se salga de toda lógica y que
me lleve a la conclusión que no estamos en peligro.
Iba por la Avenida Jiménez,
sitio por donde transitan unos “borradores” de color rojo llamados Trasmilenio,
cargados de pasajeros autómatas o soñadores, que piensan diariamente que en nuestro país no sucede nada, quienes
moviéndose al ritmo de esa fuerza denominada en la física como inercia, se
rozan, algunos conversan, otros ríen y no pocos duermen hasta llegar a su
destino. Reflexioné sobre todo lo que estaba sucediendo a mi alrededor, sobre
las políticas implementadas por todos los corruptos que Nosotros elegimos cada
cuatro años y caí en cuenta que esa calle ya no era un bien público, había sido entregada a grandes
magnates del transporte, y solo pueden circular sus relucientes buses rojos, esto fue solo un corto
pensamiento, no obstante lo peor estaba
por llegar.
Entré al Supermercado, tomé
el carrito y comencé a ver una serie de artículos importados, casi que
enloquecida comencé a llenarlo presa de una gran excitación, era imposible que
todo estuviera tan barato, pero esto fue solo cuestión de minutos, luego mi
corazón explotó de dolor, estaba de frente a la realidad, ese hígado importado
a $2.400 pesos la libra, cuando hasta hace poco pagaba $4.900 pesos, ese
espagueti a $600,00 pesos, cuando las pastas de mi país costaban $1.350 pesos
la media libra, era lo que me separaba del hambre y la miseria de mi país.
Pasaron por mi mente los
fabricantes de calzado, los textileros, los agricultores, los trabajadores
despedidos de las fábricas, la quiebra de la industria nacional, el paro de los
cafeteros, de los arroceros, la sangre de los campesinos que se ha derramado en
el Catatumbo, el campesino cultivando su pequeña parcela, y me pregunté: ¿será que vale la pena contribuir a la quiebra de mi
país?, entonces afloró esa conciencia del buen ciudadano, de aquel que ama
profundamente a su patria y comencé a
devolver todo lo que había adquirido a precios irrisorios y me carrito se llenó
de PATRIA COLOMBIANA, ENFRENTANDO DE UNA VEZ POR TODAS A ESA TEMIBLE REALIDAD, LOS
TRATADOS DE LIBRE COMERCIO-TLC.
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