Sobre la vieja y raída silla, el
abuelo mece sus tristezas y de sus ojos opacos se desprende la soledad
acumulada por espacio de varios años.
En su mente taciturna los recuerdos
duelen y afloran como silencios enredados en la madeja de la nostalgia; por
momentos mira el reloj, el cual dejó de marcar la hora cuando aquella tarde de
enero, la abuela vestida de luces salió flotando de la casa, diciéndonos adiós
con sus manos, una sonrisa en sus ojos y una canatidad de chocolatinas en su
delantal.
En casa ya sabíamos que Ella partiría
ese día, en la mañana nos reunió para despedirse, diciéndonos que tenía la
maleta lista porque se iba ese día, que lo único que le preocupaba era el
paquete de chocolatinas que le había comprado el abuelo, pero que se los
llevaba en el delantal, porque no sabía si para el sitio a donde iba, tendría
aunque fuera una sola de esas pastillas, re dulces y olorosas.
Todos nos miramos y sonreímos pero fue
cierto, ese día se alejó de toda su familia justo a la hora que el reloj se
detuvo, eran las 3:00 P: M cuando se acercó al abuelo, lo miró con infinito
amor, luego sus ojos miraron al infinito y partió.
De esto hace ya dos años y en las
mañanas solo se escuchan los pasos del abuelo, con sus pies arrastrando el
cansancio y el olvido, luego el olor a café y otra vez sus pasos hasta la silla
que lo espera.
Algunas veces se levanta, da alguna
vueltas por el corredor, mira el paisaje sin mirarlo y luego regresa con el
periódico en su mano para no huir de este mundo.
Son las 3:00 PM, solo se oye el viejo
vaivén de la silla al cual estamos acostumbrados, pero hoy suena distinto, es
como si no hubiera un cuerpo en ella su energía se va, se va tras un sueño, un
recuerdo, solo se escucha el silbido del viento, la silla continúa meciéndose
pero su alma acaba de partir en silencio, una brisa suave con olor a jazmín se
expande por el recinto y el olor a café se agudiza.
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