Te fuiste una tarde
cuando el ocaso
presagiaba
el dolor de tu partida.
En la distancia las
campanas
con su voz adolorida
lanzaron mis penas al
viento.
Con mi silencio, con mi
mutismo
aprisioné al corazón
para que no se lanzara
al abismo.
Tu calle, mi calle, tu
rostro, mi rostro
y el silbido del viento
que exclamó tú eres él,
fundió nuestras almas
en un eterno réquiem.
Y seguimos viviendo en
un sueño eterno
en recuerdos vivos,
que permanentemente
afloran
para darnos vida, para continuar
viviendo.
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