Fue un día como cualquier otro día, como cuando te
levantas y haces la rutina diaria, un desayuno como otro cualquiera, una fruta,
café y una deliciosa arepa llena de queso costeño, luego un bostezo y como había
tiempo, por cuanto era sábado, me puse a leer el periódico, cargado de las
mismas noticias, muertes y más muertes, injusticia social, la economía
tambaleando y toda la corrupción del mundo, cubriendo la extensas páginas del
diario.
Pausadamente lo dejé a un lado, con mucha pereza, me
dirigí al supermercado, recordé nuevamente que era sábado, momento preciso para
hacer las compras para quince días.
De todas maneras era un día que no prometía nada nuevo,
la rutina invadió mi mente, mis piernas se encaminaron hacia los estantes y de
manera automática, comencé a coger los alimentos que estaban debidamente
ordenados, no pensaba, no miraba nada, solo cogía y cogía, a lo mejor solo los
colores de cada frasco, llamaban mi atención y en razón no por la necesidad sino
por el colorido, los iba colocando en la
canasta.
No sé en qué momento, llegué al stand en donde estaban
las plantas, un gran surtido de las mismas me esperaba, no tenía porque
comprar, pues en mi casa tenía cinco hermosas matas, exuberantes, llenas de
follaje y de hermosas tonalidades de verdes, brillantes, con su tierra húmeda y
sembradas en una materas grandes, que permitían su expansión y crecimiento, sin
ataduras; pero hubo una que llamó poderosamente mi atención, era un arbusto
joven, delgado y de sus tallos colgaban unas hojitas verdes y alrededor de esta
tenían un color blanco, como si estuvieran bordadas.
Admirada por descubrirla, ya que llamó mi atención, la
cogí y la llevé al automóvil, mientras que terminaba de hacer las compras.
Cuando, me disponía irme para la casa, ya había terminado
de realizar las compras, me senté en el asiento trasero del carro, cuál no
sería mi sorpresa, cuando siento que la plantica se va recostando poco a poco
sobre mi regazo, tierna, delicada, amorosa, yo sentía el amor y la gratitud que
me estaba dando, sólo me transmitía
dichos sentimientos, les puedo asegurar que lo que yo sentí, no lo había
experimentado antes.
Presa de agitación llegué a la casa y de inmediato la
puse en una matera, rociándola con agua, y volví a sentir el agradecimiento y
su sonrisa llenó el espacio, desde ese día comprendí que las plantas son seres
vivos, que logran comunicarse con los seres humanos, cuando estamos preparados
para ello, entendí que somos uno solo en el universo y que podemos acudir a
ellas, cuando estemos bajitos de energía
y ellas nos regalarán nuevamente alegría y deseos de continuar por el largo
camino de la vida.