Descuidadamente
miro la hora
son las 12:37
de la mañana,
una hora que
no me dice nada
no la
necesito, puede derretirse,
como la
derritió Salvador Dalí.
Y es una hora
en un parque cualquiera
de una ciudad
cualquiera,
que guarda paisajes
que solo yo observo
el árbol que
me da sombra,
que abanica la
vida
y que mirándome
exclama: ¡soy libre!
no tengo
horas, no las necesito.
Y mientras
tanto, sentada espero
y los
pensamientos tallan,
como procesión
sin fe
como adiós
definitivo,
como tapabocas
como soledad
de enfermo hospitalizado,
como muerte,
sin acompañamiento.
no
obstante… llegan voces
a mi alrededor
surge la vida,
la fe en el
cambio, el voceador de alimentos
una madre y su
hijo,
yo y mis
circunstancias,
y ese aviso
PROFAMILIA
¿vida? ¿Esperanza? Y despierto,
la espera ha terminado.
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